el día que quisimos ser todos iguales 

Ese día fue sin duda un gran día, porque no solo de ilusiones vivimos, también tenemos que hacer realidad las ilusiones y los sueños.

El Kilimanjaro con sus casi 6000 metros de altura. Casi nada. Un sueño, un reto para muchos, pero un imposible para otras muchas personas.

Y no me refiero a personas con diversidad funcional, sino a muchas personas deportistas, montañeros y montañeras, que o bien no se lo pueden permitir económicamente, su estado físico no es el adecuado, o sus cabezas desde un principio les dicen que no podrán hacerlo.

La primera vez que se me paso por la cabeza hacer un reto de esta magnitud, tuve pensamientos muy contradictorios. Primero pensé que podría con ello y además podría ofrecer la oportunidad de vivir esa experiencia a algunos amigos, compañeros e incluso a alguna persona con discapacidad. Al mismo tiempo se me pasaba algo parecido a “que locura estás planteando”. Pero al momento me venía otra vez el pensamiento positivo de “podre con esto y con más si me lo propongo”

La posibilidad de participar en una expedición organizada junto a un grupo de aventureros y aventureras que querían probar como yo, me ilusionaba tanto como me asustaba, pero más aún cuando esa propuesta se la hice a mi buen amigo Javi, ofreciéndole la posibilidad de ser su guía y sus ojos en todo lo que durara la aventura.

Evidentemente y conociéndole, sabía que el “no” no entraba en su vocabulario, y menos cuando se habla de montaña. Javi no solo es ciego, es un amante de la montaña, de la aventura, de la vida en mayúsculas. Es un tío que contagia, de los que enganchan, no sé si por su condición de persona ciega y porque la vida que le ha tocado vivir le ha hecho así, o porque simplemente es una bellísima persona que, como digo engancha, no sé muy bien por qué.

Cuanto más le conozco, más ganas tengo de vivir diferentes momentos con él, porque todos los hace mágicos.

Creo que ofrecerle la posibilidad de vivir la aventura de subir al Kilimanjaro ha sido una de las mejores cosas que me he planteado en la vida.

No sé si es necesario entrar a valorar como discurrió la aventura porque seguro que saldrían muchos párrafos y aflorarían muchísimas emociones que me gustaría guardármelas en mi interior.

Pero sí que es importante reseñar que junto a Javi y a mí viajaban un montón de ilusiones convertidas en diferentes personas. Cada una de esas personas con sus miedos, sus diferencias, sus limitaciones y sus objetivos.

Esas diferencias y esos miedos nos hacían de alguna manera ser a todos iguales, y eso era lo atractivo del grupo. Ya no existía una persona ciega que quería ir al monte, éramos todos y todas personas con mucha ilusión, temor, incertidumbre y un poco de desconcierto al adentrarnos en un mundo muy desconocido para casi todos.

Todos esos miedos que yo tenía al principio, creo que los tuvimos todos y todas, pero según se iba formando el grupo, según íbamos pasando por los diferentes campamentos, a medida que las vivencias se hacían cada vez más intensas, e incluso duras en lo físico y en lo emocional, esos miedos se iban convirtiendo en momentos reales, superados de la mejor forma posible.

Aquellos que económicamente habían hecho un gran esfuerzo, se daban cuenta de que el dinero no lo es todo en la vida, y que hay sentimientos que no se pueden comprar, hay que vivirlos, buscarlos, o simplemente hay que esperar a que te vengan y aprovecharlos al máximo, como si de un tren en marcha se tratara pasando a nuestro lado y solo tenemos una oportunidad para agarrarte al asa de su última puerta.

 Los y las que dudaban de su físico para afrontar una montaña de las características del Kilimanjaro, se dieron cuenta de que, aunque es importante estar físicamente bien preparado, la actitud ante la vida y ante momento verdaderamente exigente como los que todos vivimos en las etapas que nos llevaron hasta la cumbre del Kilimanjaro, era tan importante o más que el físico.

Lo mismo que los que su cabeza les decía que no una y otra vez, que no podrían ni con la primera etapa. Tanto unos como otros y otras se superaron, se dieron cuenta, o nos dimos cuenta que el ser humano es muchísimo más fuerte de lo que creemos.

Cuando llevas muchas horas andando, desgastado física y mentalmente, cuando piensas que ya no puedes más y solo quieres llorar, algo pasa, un abrazo, una mirada, una sonrisa, un beso, o simplemente levantar la vista, ver un paisaje, enamorarte de una imagen, de un árbol, de un pequeño contraluz, de una canción, de un recuerdo… algo que te hace comenzar, sacar fuerzas de donde no las hay, y continuar en busca del siguiente objetivo.

En el caso de Javi, seguramente sus motivaciones fueron muy diferentes a las del resto del equipo. Él no veía esas imágenes, ese perfil de la montaña que queríamos conquistar, pero estoy muy seguro que llego a cada campamento con los ojos llenos de imágenes que iba escuchando, que entre todos le íbamos relatando y que él iba sintiendo.

La cima siempre había sido lo de menos, por lo menos para mí y para él. El objetivo era sentirnos en igualdad de condiciones, sentirnos iguales al resto a pesar de ir unidos por una barra que ayudaba a Javi a ser guiado.

Nosotros nos quedamos a muy poca distancia de la cima, no porque no pudiéramos con ello, sino porque decidimos sacrificar nuestra cima para que otros la consiguieran sin problemas. Pero ellos no sabían que nuestra cima ya estaba superada desde el momento en el que nos planteamos la aventura.

Para entonces ya habíamos roto muchas barreras. Ya habíamos conseguido que las miradas del grupo de los días iniciales dejaran de ser miradas hacia una persona ciega, y se convirtieran en miradas “normales” hacia un montañero más, un tío normal, con su mochila cargada de vivencias, sueños y muchas ganas de sentirse igual. Exactamente igual que el resto de componentes.

Ese era el objetivo. Ya no ser todos iguales, porque eso es imposible. Cada uno somos de una madre y un padre, pero por lo menos sentirse iguales en cuanto a miedos y barreras. Porque una persona con discapacidad tiene miedos igual que las personas que a priori no tenemos discapacidad, pero el mayor miedo que ellos y ellas tiene es el miedo a que no les demos la oportunidad de intentarlo.

Todos y todas nos dimos la oportunidad de ser iguales, de dejar las diversidades en el fondo de la mochila, de compenetrarnos entre todos, supliendo nuestras carencias con los excesos del resto, y de esa forma conseguir el objetivo, que esta vez fue la cima del Kilimanjaro a 5892 metros de altura.

Las 12 personas que consiguieron hacer cima lo hicieron por todo el grupo, los 20 que sufrimos, lloramos, reímos y en algún momento nos sentimos discapacitados ante tanta grandeza natural.

No he hablado de guías, porteadores, cocineros, de la ruta, de la lluvia, de los momentos de risas en la tienda comedor, de los cánticos, del frío, del calor, de lo duro que es el suelo en Tanzania cuando llevas varios días durmiendo en él, de lo que se echa de menos una ducha aunque sea de agua fría, de lo que nos acordamos de los seres queridos que estaban muy lejos, de nuestras preocupaciones laborales, personales…

Todavía tengo en la cabeza como si algo me faltara, y eso que ya han pasado días desde que aterrizamos en casa, pero ha sido una experiencia tan intensa que no quiero que se me borre nada, ni lo bueno, ni lo malo.

He vuelto con los ojos llenos de imágenes, el corazón dividido en muchos trocitos que he guardado para cada persona con la que he convivido estos días y de los que también he robado un pedacito.

Pero he vuelto con mucho aprendido. De los y las que el primer día decían que no podrían con ello y lo consiguieron, de los y las que su alegría contagiosa han marcado los días, de la bondad de todos y de su afán por ayudar para que Javi y yo completáramos el reto.

Y he vuelto emocionado, muy emocionado porque yo era el primero que no sabía si podría con ello y he podido, porque he conocido aun más al ser humano en momento y situaciones hostiles y me he dado cuenta que hay personas excepcionales.

De este tipo de personas quiero rodearme siempre. Personas como Javi que no se dejan amedrentar ni por las situaciones, muchas veces complicadas, que le ha tocado vivir, ni por las barreras que nosotros como sociedad les ponemos a diario.

Me vienen a la mente sonidos, canciones, palabras, olores, abrazos, muchos abrazos con unos y con otros, imágenes, por supuesto, pero muchos, muchos sentimientos. Sentimientos muy buenos, de esos que quieres sentir más veces, de esos que echas de menos cuando llevas tiempo sin tener, de los que cargan pilas y dejan los corazones calientes y blanditos como me gusta decir.

Me vienen a la mente imágenes de todos y cada uno y cada una de las componentes del equipo. Esas imágenes que no quieres borrar y que sabes que con el tiempo irán desapareciendo.

Pero tengo la suerte de haber hecho un huequito en mi corazón para todas esas imágenes, todos esos sentimientos, todos esos pedacitos de cada uno y de cada una que me ayudaran a ser mejor persona y a que esta aventura nunca se borre.

Ha sido una grandísima aventura en la que jugamos a ser todos iguales y creo que lo conseguimos.

GRACIAS